
Sacó la tapa para vaciarlo, y al hacerlo la invadió el olor al jazmín de lluvia, y con él, un dolor hondo que ocupó todo el espacio entre su estómago y su pecho. Era el olor a ese verano, a esa semana en Buenos Aires en la que él la esquivó, en la que ambos se sabían cerca, más cerca que nunca, y no hacían nada por encontrarse. Esa semana en la que solo el último día, cuando ella volvía a su ciudad, sentada como chinito en el micro, recién en ese momento él le dijo:
Te alejás de mí y mi cobardía.
Y desde entonces todo fue eso, alejarse de él y sus miedos, diluir el perfume de jazmín hasta, al fin, cambiarlo por otro.
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